domingo, 12 de agosto de 2007

Penumbra

Debajo de la puerta se filtraba un haz de luz, que entristecía aún más la habitación a oscuras. Que hacía más evidente la desesperación de sentirse ajeno. Sobre la cama lloraba en silencio arrollada sobre sí misma. Apretaba contra su pecho la almohada que por fetiche se convirtió en compañero.
Afuera pasaban cosas. Un afuera relativo y que por cercano resultaba demasiado doloroso.
Una voz aguda se hacía eco del último chiste que acababan de hacer en la televisión que a pesar de la hora, permanecía encendida. Los cubiertos chocaban contra el plato provocando ese ruido que indica, que por lo menos, los demás se están saciando con satisfacción.

Voces que murmuran sin cesar, risas espaciadas pero repetidas.
Afuera pasaban cosas...

Fijaba la vista en el haz de luz que se filtraba debajo de la puerta; creyó que podría mantener fija la vista, que lo toleraría. Pero esa luz que no encandila, es una luz tenue... una luz que no llena pero que deja vislumbrar los espacios vacíos...
Entonces agachó la cabeza, cerró los ojos y trató de pensar en "que mañana sería otro día". No hubo consuelo.
Nadie recordó preguntarle si quería cenar... Hubiera contestado que no, que muchas gracias, que no tenía ganas. Pero hubiera sonreído y hasta vibrado por un instante. Habria enfrentado la luz que al abrir la puerta se habría apoderado del lugar y por un momento ahuyentaría a la oscuridad, a su séquito de sombras y a los rayos de luna, plateados y punzantes como el peor de sus recuerdos, ese que ahora tiene clavado en el pecho.
Se recostó sobre la cama en posición fetal y aceptó que la puerta jamás se abriría.
Dentro de la habitación alineados sobre estantes de vidrio, una colección deslucida por el polvo. Cada pieza permanece inmóvil en el lugar. En el mismo lugar donde hace tanto tiempo decidió colocarla.
Demasiado tiempo...
Afuera pasaban cosas, solo afuera.

Dentro inmovilizadas las que por estáticas y ordenadas a destiempo prevalecían fantasmales.
Los ojos sin brillo aparente, sintieron como los párpados caían para protegerlos del haz de luz que no dejaba de recordarle que en mundo estático y perenne, la distancia de la cama a la puerta es una brecha insuperable; y que para girar el picaporte de la puerta, necesitaba más fuerza de la que era capaz de conservar.
Los párpados cayeron pesados.
Continúa recostada en posición fetal, y siente que la vida la aborta.

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