sábado, 7 de junio de 2008

A la distancia II

Se paró sobre el escalón que elevaba la puerta de la vereda y tomó tu rostro entre sus manos. A la distancia podía adivinar que eran suaves, tan suaves... Luego te condujo al interior de la casa. Y al cerrarse la puerta comprendí que era inevitable, que nada podías hacer al respecto ¿qué clase hombre rechazaría tal demostración de deseo? Esperé horas sentada en el cordón de la vereda de enfrente, justo frente a la puerta de la casa de la mujer de las manos suaves, de las caricias dulces, de las manos que con estudiados movimientos lograba arrebatarte gemidos precoses. Esperé horas, tantas que la noche se convirtió en día y yo seguía sentada en el cordón de la vereda de enfrente.

Cerca del mediodía la puerta se abrió. Ella, parada en el umbral, te despidió con una exacta combinación de besos y caricias. Una dosis tan precisa que te fuiste contra tu voluntad. Esperé que te alejaras lo suficiente, la distancia necesaria para olvidar su rostro y recordar solo las caricias.Toqué el timbre. Pocos minutos después la puerta se abrió. Su sonrisa era casi una ironía. Sus manos sostenían débilmente la bata, sin lazo, con la que cubría su cuerpo desnudo. La tomé del cuello con rudeza y entré a su casa sin esperar invitación.

No sonreía, lloraba. Alcancé adivinar que sus palabras eran una especie de súplica susurrada que no alcancé a escuchar del todo. Era el último y desesperado recurso que le quedaba ante la amenaza de que se quedara callada, de que no gritara.

Me quité la ropa y me puse su bata y la sostuve con mis manos para no dejar en evidencia mi desnudes ante la falta del lazo. Desnuda y aterrada me observaba desde un rincón de la habitación. Me acerqué y lentamente tomé sus manos suaves, tan suaves. Y sin importar que la bata se abriera, y dejara mi cuerpo a la intemperie, recorrí mi rostro con sus palmas, mi cuello, mi cuerpo... Sus manos eran tan suaves.

Con la fuerza más brutal que jamás imaginé poseer tomé su cuello y presioné fuerte. Busqué en cada uno de los cajones hasta que finalmente di con un pote de crema para manos que olía a rosas Había encontrado la formula secreta. Unté mis manos y las froté hasta absorber la crema por completo. Estaban suaves, tan suaves.Sonó el timbre. Emocionada abrí la puerta. Me miraste sorprendido. Pero no evitaste que te tomara tu rostro entre mis manos y que te acariciara. Era inevitable. Nada podías hacer al respecto ¿qué clase hombre rechazaría tal demostración de deseo?
Y te perdiste en el éxtasis provocado por mis manos suaves.