martes, 13 de mayo de 2008

A la distancia

Te vi mirando aquel traje azul oscuro detrás de la vidriera y no pude dejar de pensar en la sensualidad de tu elegancia, esa que se ocultaba bajo aquellos jeans gastados y las zapatillas de lona descoloridas que llevabas puestas.

Te imaginé sentado frente a mí en el restaurante más caro de la ciudad asintiendo con la cabeza para que el mozo me llenara la copa después de tu visto bueno.

Pensé en todas esas noches de hotel en las que te arrancaría con rudeza los botones y sin reproches me dejarías que te arrugue la camisa. En los besos y caricias que me convertirían en un ser dócil y vulnerable. Ese que se humedecería al complacerte.

Caminaste con la libertad de quien desconoce que se ha transformado en el objeto de deseo de un corazón atribulado, de un cuerpo cuya piel se estremece con solo verte a unos pocos metros de distancia, de aquel que subestima su encanto.

Te seguí conservando la distancia necesaria para poder desearte de la forma en la que solo puede desearse aquello que no se alcanza. Y en el trayecto no pude dejar de imaginar tus brazos rodeando mi cuerpo tembloroso, mis suspiros cada vez más profundos, mi respiración acelerada, mis uñas lacerando la piel de tu espalda, mis ojos bien abiertos para observar cada uno de tus gestos.

Te detuviste frente a una puerta maltrecha a mitad de cuadra. No entendí por qué te sonrojabas sin motivo mientras tocabas el timbre. Hasta que a los pocos minutos la puerta se abrió y ella salió a tu encuentro.

(Continuará...)