jueves, 17 de abril de 2008

Entelequia II

Cerré los ojos y pude sentir como tus manos recorrían mi cuerpo hasta perderse en los escondites del placer. Deje que me besaras, que me arrancaras suspiros, que me erizaras la piel, que me recorrieras entera con tus labios, que me humedecieras con su lengua. Que me obligaras a seguir el ritmo acelerado de tus movimientos.

Busqué a tientas un cigarrillo y fumé en silencio. Me resistía a abrir los ojos. Quería saborear lo poco que me quedaba en los labios de los besos de ese perfecto desconocido que me había inventado; aquel al que se le encendía la mirada y me arrastraba hasta la cama. Aquel que me hacía el amor de madrugada, cuando me vencía la indiferencia de tu mirada.