domingo, 26 de agosto de 2007

Adaptación

El día que decidió partir yo no pensaba en la ausencia. No contemplaba la posibilidad de que vendría y se instalaría para ocupar su lugar y que poco a poco la iría convirtiendo en recuerdos; congelando su presencia en cada rincón de nuestra casa. Entonces ya no serían “partes de nuestras vidas” sino recuerdos, pasado... Yo fijaba la vista en sus manos apuradas y pensaba en las cosas, que a pesar de pertenecerle usaba a diario y que ya no tendría. Pensarán que soy egoísta ¿y qué? Más egoístas son aquellos que lloran a sus muertos no porque se hayan ido, porque ya no estén, sino porque los dejaron solos. La despedida fue breve y distante, no quisimos decir adiós porque estábamos convencidas del eterno hasta luego. Sin recato me apoderé de sus libros, ocupé su lugar en el ropero y desocupé los cajones. Me apropié de la habitación por completo y recién ahí caí en la cuenta de que ya no vivía en casa. Lo asumió de esa forma, de manera pasiva, sin oposiciones, casi con naturalidad. Me enfureció que no hiciera reclamos, que nos permita llenar la casa de portarretratos con sus fotos como si tuviéramos que hacer un esfuerzo diario para no olvidar su cara; me enfureció que no nos exigiese que no olvidáramos. Entonces vino la ausencia, y como era de prever se apoderó de sus rincones favoritos. Y con la ausencia en casa comenzamos a disputarnos los recuerdos. Hasta creí no tener recuerdos propios. Así que decidí darle por ganada la partida a la ausencia y hacer borrón y cuenta nueva. Y comencé una nueva vida, una que la ausencia no intentara arrebatarme.
“Me quedo dos o tres días nada más, después tengo que volver”, dijo la última vez que la vi y asentí sin oposición y sin reclamos, porque para ella volver ahora tenía otra connotación en el espacio.

domingo, 19 de agosto de 2007

El ritual de las máscaras

Cada uno ocupó el lugar que previamente había seleccionado en el círculo convenido como ámbito de común acuerdo. Era la forma más sencilla de aceptar que los equivocados eran más de uno; que el ritual era inevitable y necesario. La inmunidad era una posibilidad que se agotaba, y el instinto de supervivencia les impedía romper la rueda. No era el destino, era una elección menos libre que obligatoria. Y con la pena de lo que no fue pero podría haber sido se resignaron a aquel pequeño espacio reservado que solo podrían conservar si actuaban de la forma correcta.La ceremonia comenzaría y cada uno llevaría a cabo el papel acordado, la caracterización que con tanto esmero habían logrado casi a la perfección y que se encontraban en condiciones de representar sin previo ensayo. Tan incorporada como un verdadero yo que jamás conocerían, que se ahogaba, se desangraba, agonizaba... y que sin embargo, aún no se decidía a morir aunque empecinados no dejaran de intentar matarlo. Metodología aprobada con honores, la naturalización de las ideas ajenas a flor de piel.Uno a uno fueron cubriendo sus rostros con máscaras que de tan gruesas y opacas ocultaban para siempre las expresiones de dolor que inevitablemente causaban. Era una muerte realmente extraña. Era la concepción, el embarazo... era como parir un mutante, un ser amorfo, distante...Las contorsiones corporales hablaban del efecto esperado, el interior lo rechazaba por extraño. Un viaje introspectivo delataría la mentira y se sentirían culpables por ellos mismos.El fuego aún ardía en medio del circulo, tenía hambre de almas como cualquier hoguera. Los participantes de desvanecían alrededor del fuego con las máscaras puestas contorsionándose, delirando...Cuando las cenizas comenzaban a esparcirse con la brisa que sopla justo antes de que el amanecer se convierta en otro día, los participantes se incorporaban pero ya no se quitaban las máscaras. Las lágrimas sólidas para ser perennes, y la risa fornicada con esteca, horneada a altas temperaturas, camuflada con esmalte, tan artesanal como poco natural. Porque con el ritual de las máscaras, aunque poco auténtica, la vida se les hacía menos vulnerable.

Ansiedad

Pensé que era difícil decidir viajar a la luna. Creí que la incertidumbre era grande, era ansiedad.
El viaje de ida fue corto, rápido... la adrenalina se elevaba a limites incontrolables...
Lo difícil es la estadía, es quedarse. No como un acto de abnegación, un sacrificio, una promesa inquebrantable. Quedarse aunque las razones para volver sean coherentes y cientos.
Quedarse porque una fuerza mas fuerte que magnética te adhiere a la superficie de la luna y allí te deja. Lo insólito es que uno ya no quiere hacer fuerza con las piernas. No intenta despegarlas del suelo. Simplemente no quiere.
Entonces las miradas se cruzan. Es normal, humano, lógico sentir miedo y dirigir la mirada hacia sus piernas para asegurarse de que no está haciendo fuerza, de que tampoco puede, que tampoco quiere despegarse del suelo.
Las miradas se fijan una en la otra, en estado de latencia.
Pueden ir mas allá de los limites permitidos, pueden ver más de lo evidente, pueden conocer más de lo precavido.
Sus ojos vierten lágrimas y el sudor corre por su espalda.
Agita la cabeza hacia ambos lados y ve la inmensidad que ya no quiere...
Mira como frente a ella él pierde la mirada, busca algo que no encuentra y agacha la cabeza. Se aterra. La inmensidad se convierte en incertidumbre y se aterra.
Porque nunca considero la posibilidad de vuelta, porque sabe que la paralizaría la tristeza.
Él levanta la cabeza y busca aquello que no encuentra en la mirada de ella.
Probablemente no tenga la respuesta...
Toma su mano, la aprieta como suplicando. Respira profundo con la esperanza de controlar su ansiedad que la carcome por dentro, que no le permite esperar tranquila su reacción, el suceso, el milagro.
No sabe si es piel o alma, pulula a su alrededor el miedo.
Hace algún tiempo colocó sobre el altar a modo de ofrenda, la armadura y los proverbios. Y espera inquieta esa sonrisa que libere ese suspiro que entumece las viseras.

domingo, 12 de agosto de 2007

Una triste historia

Triste es la propia historia que no escribe uno mismo; esa que más que historia es un guión previamente escrito. El de la pluma sin tinta que no pudo marcar el rumbo de su vida. Triste...
No pudo delinear los trayectos, diseñar los caminos, dibujar los retratos de los rostros conocidos por casualidad. Simplemente no hay registro de esa historia que se escribe día a día y en cursiva.
Qué diría el que tuvo que marcar su destino sobre la piedra, golpeando con fuerza el cincel. Vergüenza, seguro sentiría vergüenza.
Pero él no se da cuenta del motivo del vacío de su alma cree que la vida es eso y nada más.

Te pido que ya no llores, te ruego que ya no rías...
La vida no es fácil, ni tierna...
Pero en esos momentos en los que creo que la salida del túnel es lejana llego, por fin llego... y esos son los momentos en que creo que el aire es menos espeso, que la luz no encandila...
Triste es la historia de quien camino a la salida del túnel se detiene tantas veces y descansa tratando de llenar de aire sus pulmones. Pero falta el oxigeno, la oscuridad ciega y es muy posible que no vea las irregularidades del piso y cuando caiga se rompa la cabeza con las piedras.

¿Destino?

Golpeó la puerta tres veces, alguien abrió pero la atmósfera era tan espesa que no pudo ver quien era. Escuchó unos pasos adelantarse, tanto, que descubrió una inmensa sensación de soledad que lo abrumaba.
Agudizó el oído; escuchó los pasos que se alejaban; por impulso más que por instinto tomó una dirección que lejos de ser la acertada era una posibilidad remota ¿Acaso importa? El fin era el mismo.
Caminó tantos pasos como pudo antes de que el desconcierto lo paralizara como tantas veces en medio de la nada. Era la misma sensación que muchas veces le aflojo las piernas, que le quebró los tobillos, que lo dejó sentado apoyando la espalda contra la pared, con la mirada perdida pero inquieta buscando un punto, tan solo eso, un punto en que concentrar su atención en medio de la desesperación de no encontrar nada...

Se sintió desvanecer.
Despertó enredado entre las sábanas; no recordaba la mano tendida que lo había ayudado a levantarse y llegar hasta allí (más tarde descubrió que jamás se había levantado, los chichones en la cabeza delataban que indefectiblemente lo habían arrastrado). Semi incorporado trató de adivinar, por carencia de recuerdos, los motivos. Pero había estado ausente tanto tiempo que terminó por asumir como reales los que le apuntaban en aquel papel que a modo de manual de instrucciones había encontrado sobre la mesa de luz.
Golpearon tres veces la puerta. Por instinto bajo las escaleras y abrió la puerta... sentía resonar sus propios pasos en el piso de madera al cruzar el pasillo. A sus espaldas alguien trataba de seguirlo adivinando el camino. Sonrió. Cuando ya no tolerara la presión, caería; entonces lo tomaría de los tobillos y lo arrastraría hasta la alcoba, golpeando su cabeza tantas veces como escalones tuviera que subir. Luego despertaría. Escribiría en un papel borroneado las mismas cosas que a tras luz podían verse escritas en el mismo papel repetidamente.
Luego despertaría y entre la desesperación, el desconcierto y la inmensidad de una nada tan infinita aceptaría el cruel destino del conformismo. Indeclinable como una verdad absoluta e inevitable.

Penumbra

Debajo de la puerta se filtraba un haz de luz, que entristecía aún más la habitación a oscuras. Que hacía más evidente la desesperación de sentirse ajeno. Sobre la cama lloraba en silencio arrollada sobre sí misma. Apretaba contra su pecho la almohada que por fetiche se convirtió en compañero.
Afuera pasaban cosas. Un afuera relativo y que por cercano resultaba demasiado doloroso.
Una voz aguda se hacía eco del último chiste que acababan de hacer en la televisión que a pesar de la hora, permanecía encendida. Los cubiertos chocaban contra el plato provocando ese ruido que indica, que por lo menos, los demás se están saciando con satisfacción.

Voces que murmuran sin cesar, risas espaciadas pero repetidas.
Afuera pasaban cosas...

Fijaba la vista en el haz de luz que se filtraba debajo de la puerta; creyó que podría mantener fija la vista, que lo toleraría. Pero esa luz que no encandila, es una luz tenue... una luz que no llena pero que deja vislumbrar los espacios vacíos...
Entonces agachó la cabeza, cerró los ojos y trató de pensar en "que mañana sería otro día". No hubo consuelo.
Nadie recordó preguntarle si quería cenar... Hubiera contestado que no, que muchas gracias, que no tenía ganas. Pero hubiera sonreído y hasta vibrado por un instante. Habria enfrentado la luz que al abrir la puerta se habría apoderado del lugar y por un momento ahuyentaría a la oscuridad, a su séquito de sombras y a los rayos de luna, plateados y punzantes como el peor de sus recuerdos, ese que ahora tiene clavado en el pecho.
Se recostó sobre la cama en posición fetal y aceptó que la puerta jamás se abriría.
Dentro de la habitación alineados sobre estantes de vidrio, una colección deslucida por el polvo. Cada pieza permanece inmóvil en el lugar. En el mismo lugar donde hace tanto tiempo decidió colocarla.
Demasiado tiempo...
Afuera pasaban cosas, solo afuera.

Dentro inmovilizadas las que por estáticas y ordenadas a destiempo prevalecían fantasmales.
Los ojos sin brillo aparente, sintieron como los párpados caían para protegerlos del haz de luz que no dejaba de recordarle que en mundo estático y perenne, la distancia de la cama a la puerta es una brecha insuperable; y que para girar el picaporte de la puerta, necesitaba más fuerza de la que era capaz de conservar.
Los párpados cayeron pesados.
Continúa recostada en posición fetal, y siente que la vida la aborta.

domingo, 5 de agosto de 2007

Legítima libertad

Pobre niña que quieres ser mariposa, pero no te crecen las alas. Y aunque es probable que eso nunca ocurra, aún guardas la esperanza. Y tienes en tu mente una réplica imaginaria de lo que serías si tu sueño llegara a cumplirse. Una copia tan exacta que terminas creyendo que es tu verdadero y único destino.
Y los demás solo te vemos agitar los brazos sin que logres alzar vuelo. Pero nadie quiere ser emisario y decirte la verdad. Callamos y reímos por lo bajo, mitad burla, mitad pena.
Colorida, alegre, pero limitada. Es que con revolotear te alcanza. Porque volar, lo que se dice volar, vuelan las águilas. Extienden las alas y rodean los picos más altos de las montañas. Pero las mariposas son débiles. Pequeños seres que nos alegran la vida por un rato, que nos recuerdan que la primavera ha llegado. Pero que cuando termina, las flores se cierran y las hojas verdes se caen ya no tienen motivo ni causa de existencia.
Pero el próximo año llegará otra vez la primavera. Otra primavera, otras flores, otras hojas, otras mariposas ...
Mientras que desde la cima el águila le dará la bienvenida, fortalecida y con las alas extendidas.

Culpa y Cargo

El polvo cubría cada uno de los muebles del comedor, un polvo espeso, gris... Un polvo que se esparcía y quedaba flotando en el ambiente bastante más tiempo del que la propia salud podía tolerar. El olor era nauseabundo... fétido... desagradable...
Tapaba su nariz, agitaba incesantemente sus manos de un lado a otro como si así pudiera disiparlo. Así de fácil, agitando sus manos...
(¡qué omnipotencia!)
El aire, era pesado, irrespirable, denso... La atmósfera estaba viciada... Era como si ejerciera una fuerte presión sobre su cabeza hasta obligarlo a arrodillarse, lacerando sus rodillas (¿Cómo un rezo, cómo una súplica?) hasta obligarlo a caer. Fue un instante de alineación. Pudo verse, arrastrándose en el suelo, tratando de evadir tan desconsolado entorno.
Revolcándose sobre la montaña de basura que había logrado arrastrar hasta el rincón, justo en el punto donde se abría el vértice entre aquellas dos macizas paredes, pero jamás había llegado a juntar.
Entonces rodó sobre sí mismo y de cara al techo vislumbró una salida, que no estaba literalmente arriba. Era un arriba más mitológico ... realismo mágico ... cultura popular, dominación y clases estamentadas.
Las tablas cayeron, quiso atajarlas pero estaba demasiado exhausto y aquejadumbrado. Entonces cayeron a su lado y se quebraron. Escombros ... mil pedazos ... las mil y una caras de la verdad.
Ahora que la verdad era un rompecabezas podía acomodarse, rearmarse e interpretarse.
Aún continúaba tirado en el piso, al caer las tablas volteó el rostro y las vio quebrarse...
Ahora llora por la verdad que lo haría libre. Esa verdad que por estrepitosa dejó caer. Momento místico, cumbre, único, irrecuperable.
Trató de incorporarse y caminando en cuatro patas (aunque aún sangraban sus rodillas laceradas que no cicatrizaban) llegó hasta la pared del frente en donde se erigía la ventana. Estiró su brazo izquierdo (con el derecho costaría menos, sería menos lastimoso, provocaría ira en lugar de compasión) y logró afirmarse sosteniéndose del marco de la ventana.
Se puso de pie, olvidándose de las rodillas que hasta hace poco le temblaban y asumiendo que alguna razón por inexplicable que fuera existía se asomó a la ventana y elevó la vista al cielo, a un cielo más profundo y lejano que el que vemos.

Frunció el ceño y acompañando de bruscos ademánes preguntó a su dios - ¿Por qué?
Libre de culpa y cargo se dejó caer.

Ventaja

Me pregunto que sientes cuando al verme buscas en mis ojos el reflejo de aquello que quieres que yo vea.
¿Es qué no te das cuenta? El poder que tienes es tan inestable ... tan solo unos metros de ventaja ...
Pero mi objetivo no es cruzar la meta, quizás por miedo... No a lo que haya del otro lado, si no, justamente a que de que del otro lado no haya nada.
Entonces dejo que corras, que cruces la línea de llegada, y te observo a la distancia para ver que pasa. Total tengo tiempo, y si el tiempo que tengo no alcanzara, no me importa; al menos mi viaje fue interesante.
Porque despojada de paredes cubiertas de espejos que me confirmen a cada paso quien soy, puedo andar descalza y despreocupada.

Solo puedo verme reflejada amorfa y distorsionada en la superficie del agua. Y entonces soy feliz, porque a pesar de que el viento sople y arrastre el agua y deforme mi rostro, me sigo reconociendo.
Por eso tan solo puedo complacerte y jugar este juego por un rato. Que creas que las reglas no tienen discusión simplemente porque las hayas inventado, es un pretexto ante una autoridad que se desvanece.
Puedo hablar de dolor porque caminé sobre espinas. Puedo hablar de llanto, porque me arrojé sobre la tumba cicatrizando mis heridas. Sé lo que es caerse porque llegué hasta aquí arrastrándome. Y aunque quise tomarme de tus tobillos para levantarme, preferiste pisarme los nudillos para poder observarme desde arriba mientras me retorcía.
Caminas marcha atrás por el camino angosto, el corto... por aquel que se llega más rápido. El mismo que eligió Caperucita y se la comió el lobo.