domingo, 30 de diciembre de 2007

Demonios en el alma IV

Estoy parado frente a la puerta aguardando el momento en que llegues para consolar, apretando fuerte contra tu pecho, lo que dejaste de mí. La espera es infinita, mi imaginación también, tanto que el tiempo me sobra para encontrar las mil y un razones por las que despiertas esta rabia, que a pesar de mi esfuerzo, se vuelve incontenible.
Tres golpes, tres repiqueteos fuertes y secos anuncian tu llegada. El corazón me late fuerte. Corro hasta la puerta y te invito a entrar otra vez a mi casa, a mi vida...
(Continuará...)

domingo, 16 de diciembre de 2007

Demonios en el alma III

¡Cómo hago para controlar el pulso acelerado de mi pluma con la que ya no puedo escribir ni una sola frase! De pronto me veo reproduciendo tu silueta sobre la hoja que hasta hace minutos estaba en blanco. Descubro mi debilidad y me revelo...
Producto de una abrumadora contradicción de sentimientos, las palabras brotan incesantes y caóticas. Veloces, las frases van develando sucesos macabros y mi deseo incontenible. Te ruego en mi imaginación que me dejes ir, pero tan sarcástica resultaste que prefieres llevarme al límite antes que perder.

(Continuará...)

domingo, 9 de diciembre de 2007

Demonios en el alma II

Un simple roce, un cruce de miradas encendidas y nada más. Tomaste tus cosas y en el momento menos esperado echaste a correr escaleras abajo, alejándote de mí. Hacía tiempo que no reaccionaba sin pensar, pero no podía librarme de ese impulso de seguirte que sentía enterrado entre las costillas como si fuera el cañón de un arma apuntándome. Y como si se tratara de un asunto de vida o muerte ( y en verdad lo era), bajé los escalones de dos en dos para alcanzarte antes de que llegaras a la puerta de calle.
Al llegar al hall alcancé a ver como te acomodabas en el asiento trasero de un taxi que aceleró hasta perderse en la oscuridad espesa de aquella noche que colmaba mi mente de trágicas, pero placenteras premoniciones.

(Continuará...)

viernes, 7 de diciembre de 2007

Demonios en el alma

Dicen que narrador y autor no son la misma cosa, como tampoco lo son autor y personaje; qué ilusos... Nadie parece haberse dado cuenta que se trata de la mentira más sublime en busca de impunidad. Nadie parece querer desmentirla porque nadie quiere aceptar que al igual que los escritores, todos tenemos algo de asesinos y de victimas y a veces soñamos cometer crímenes y otras deseamos el castigo.
Ya no escribo, simplemente reproduzco escenas imaginarias que se mezclan con mi registro de la realidad que de tan vago ya no sé si se trata de recuerdos de otra vida o deseos. Delatado por la hipocresía tantas veces, ahora le doy rienda suelta a esas decenas de facetas que componen mi ser. Libres e independientes son presa fácil de los deseos, porque inconexas ya no pueden detenerse las unas a las otras.
Que comience la acción...

Aquella tarde irrumpiste en mi casa tan violentamente como en mi vida. Te conté mi historia, esa que oculto hasta que me descarto sobre la mesa cuando nadie lo espera mientras disfruto al ver como los demás se sorprenden. Aprovecho esos silencios, baches entre la algarabía y el descontento y con ese tono de voz que tan meticulosamente he estudiado y ensayado comienzo el relato. Cuento historias de ese que fui, pero que hace tiempo dejé de ser. El Mister Hyde que permanece dormido pero siempre latente en mi interior, ese que he aprendido a controlar y que no olvido porque tengo miedo de mí mismo. Pero mientras el resto experimenta esa incómoda necesidad de decir algo sin saber que es lo adecuado, vos sonreís y poco a poco tu sonrisa ladeada, irónica e incrédula muta. Hay que saber mirarte para descubrir ese sarcástico momento en el que tu sonrisa se convierte en carcajada. Resonante, estrepitosa, espontánea, efectista, liberadora que te produce ese instante de placer casi orgásmico del que yo también disfruto.
Te pierdo de vista. No se como hiciste pero lograste escabullirte entre el resto de la gente y librarte de las obligaciones de la cortesía propias del anfitrión. Despido uno a uno a los invitados y te veo parada en el umbral de la puerta de la habitación. Me acerco, no puedo evitarlo aunque quiero alejarme de vos porque lográs sacar lo peor de mí. Me aterroriza ver que eso te gusta tanto como a mí.
Sé que es lo que te gusta porque me lo has dicho sin pudores en interminables charlas de café. Lo relatadas desfachatada como quien cuenta el desenlace del capítulo del día de la telenovela de la tarde. Pero sabías que yo escuchaba atentamente y que sin esfuerzos iba a recordad cada detalle. Y otra vez esa sonrisa que se había convertido en la droga más potente que consumí en mi vida arrancaba de mi interior mi voluntad y me arrastraba a ese lugar por el que hace tiempo no transito y que por prudencia (y desconfianza en mí mismo) jamás juré no volver.
Te levantaste lenta y seductoramente tentándome para que te siguiera, poniendo a prueba tus encantos. Y aunque demoré algunos minutos para generarte expectativa, para escapar de la obviedad de lo que premonitoriamente ambos sabíamos que sucedería dejé que ocurra lo que debía ocurrir. (Continuará...)