domingo, 19 de agosto de 2007

Ansiedad

Pensé que era difícil decidir viajar a la luna. Creí que la incertidumbre era grande, era ansiedad.
El viaje de ida fue corto, rápido... la adrenalina se elevaba a limites incontrolables...
Lo difícil es la estadía, es quedarse. No como un acto de abnegación, un sacrificio, una promesa inquebrantable. Quedarse aunque las razones para volver sean coherentes y cientos.
Quedarse porque una fuerza mas fuerte que magnética te adhiere a la superficie de la luna y allí te deja. Lo insólito es que uno ya no quiere hacer fuerza con las piernas. No intenta despegarlas del suelo. Simplemente no quiere.
Entonces las miradas se cruzan. Es normal, humano, lógico sentir miedo y dirigir la mirada hacia sus piernas para asegurarse de que no está haciendo fuerza, de que tampoco puede, que tampoco quiere despegarse del suelo.
Las miradas se fijan una en la otra, en estado de latencia.
Pueden ir mas allá de los limites permitidos, pueden ver más de lo evidente, pueden conocer más de lo precavido.
Sus ojos vierten lágrimas y el sudor corre por su espalda.
Agita la cabeza hacia ambos lados y ve la inmensidad que ya no quiere...
Mira como frente a ella él pierde la mirada, busca algo que no encuentra y agacha la cabeza. Se aterra. La inmensidad se convierte en incertidumbre y se aterra.
Porque nunca considero la posibilidad de vuelta, porque sabe que la paralizaría la tristeza.
Él levanta la cabeza y busca aquello que no encuentra en la mirada de ella.
Probablemente no tenga la respuesta...
Toma su mano, la aprieta como suplicando. Respira profundo con la esperanza de controlar su ansiedad que la carcome por dentro, que no le permite esperar tranquila su reacción, el suceso, el milagro.
No sabe si es piel o alma, pulula a su alrededor el miedo.
Hace algún tiempo colocó sobre el altar a modo de ofrenda, la armadura y los proverbios. Y espera inquieta esa sonrisa que libere ese suspiro que entumece las viseras.

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