domingo, 27 de enero de 2008

Inadvertido II

Caminabas de su mano por el medio de aquella calle de adoquines; como parte del ritual que llevabas a cabo cada noche –pero con diferente protagonista- tomabas de un sorbo todo el contenido de la copa y luego, muerta de risa arrojabas la copa vacía para que se hiciera trizas contra el cordón de la vereda. Besaste a tu amigo larga y apasionadamente, de la única manera que sabías besar. Y yo me relamía pensando en todos los besos que me darías. Caminaron juntos por el medio de la calle esquivando algún que otro coche que te alertaba a bocinazos que te corrieras de su camino. Llegaron a la puerta de tu departamento, lo invitaste a subir. Lo invitaste... como si tuviera opción ¿existe alguien capaz de resistirse a pasar la noche con vos?
Y ese, al que presentaste a todo el mundo como “tu amigo” subió torpemente por la antigua escalera de mármol. Sabía que aquellos enormes y legendarios bloques de piedra blanca inmaculada eran tu debilidad. Perdías horas pasando cuidadosamente un trapo húmedo, escalón por escalón. Luego los frotabas uno por uno con un trapo seco. Nadie sabía, de que de vez en cuando te sacabas la bombacha y te sentabas en uno de los escalones. Nunca entendí ese extraño placer que te producía el frío del mármol sobre tus nalgas. No pude evitar reír cuando reprendiste con dureza a tu amigo, quien apresurado por llegar a tiempo a cumplir con las obligaciones de la pasión, comenzó a subir la escalera sin limpiarse meticulosamente la suela de las botas en el felpudo que habías colocado detrás del umbral de la puerta.
La puerta se cerró. Me senté en el umbral para poder escuchar mejor los pasos alejarse con cada escalón. Prendí un cigarrillo. Tras las cortinas de tu habitación se dibujaban las siluetas de su cuerpo apoderándose del tuyo. Fumé la última pitada y arrojé la colilla al agua acumulada junto al cordón de la vereda de tu casa. Esta vez no pude tolerar ser el espectador de ese ritual que tantas veces había observado. Me consolé pensando que pronto sería yo quien dejara en cada escalón de la inmaculada escalera de mármol marcadas las pisadas.
(Continuará)

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