domingo, 3 de febrero de 2008

Inadvertido III

Había llegado el día. Esperaba ansioso. Fumé uno tras otro mis cigarrillos obsesionado con el instante en el que llegaras sacudiendo tu largo cabello azabache, simulando una sensual espontaneidad. Pero, al igual que yo, habías estudiado y ensayado una y otra vez cada uno de tus movimientos. Sabías lo que pretendías de los demás y no te permitías margen de error. Con aires de improvisación ejecutabas la escena vez tras vez, igual que siempre.
Caminaste algunos metros hasta quedar rodeada de gente. Le sonreíste seductora y altanera a un grupito de chicos que se excitaron con solo verte. Te diste cuenta que te observaban con esa mirada ingenua de adolescente inexperto. Y cuando el deseo arrastró consigo a la imaginación comenzaron a pensar, como escenas de una película pornográfica, todo lo que harían contigo. Y vos les sonreíste, por puro gusto, de pura puta. Se quedaron con la imagen de tu sonrisa congelada en su mente, el único consuelo que les dabas a quienes deliberadamente condenabas al olvido.Esperé que tomaras unos cuantos sorbos de tu copa. Caminé en línea recta y quedé paralizado. No te diste cuenta, me dabas la espalda. Entonces hice lo que tantas veces. Recorrí con la mirada tu silueta deteniéndome en la sinuosa curva que demarcaba el límite entre tu cintura y tus caderas. Deslicé lentamente la yema de mi dedo índice por tu espalda, entonces volteaste en busca del rostro del osado. Me miraste a los ojos y te mordiste el labio inferior. Entonces me acerqué hasta quedar a unos pocos centímetros de tu boca, sentía tu respiración agitada sobre mi rostro y me acerqué un poco más. Miraste sobre mi hombro y me hiciste a un lado suave, pero con firmeza. Te arrojaste a los brazos de un tipo al que nunca había visto. Lo tomaste de la mano, y cuando creías que nadie te veía, te fuiste del lugar. Y yo, otra vez, te seguí.
(Continuará)

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