martes, 5 de febrero de 2008

Inadvertido IV

Vi como te alejabas caminando por el medio de la calle de adoquines. Te paraste en cada esquina para besarlo y él, dócil, se dejaba. Vos y tu pasión se le arrojaban encima; le tomabas el rostro a la fuerza, con autoridad, como si quisieras besarlo contra su voluntad. Entonces él te tomaba precipitadamente de la cintura para luego dejar caer sus manos hasta tus muslos como por descuido. Cuando él creía que eras presa de su virilidad te zafabas de sus brazos y lo tomabas de la mano y nuevamente emprendían juntos el camino hasta tu casa. Querías que supiera que lo habías besado porque te había dado la gana y te habías dejado besar por la misma razón. Y así, caprichosamente le arrebataste cualquier posibilidad de atribuirse los méritos de la conquista.
Buscaste durante varios minutos las llaves de tu casa que estabas segura de haber guardado en aquel enorme y raído bolso de cuero marrón con el que ibas a todos lados desafiando a la elegancia. Cruce la calle rápidamente, tomé aire y le clavé al tipo el puñal por la espalda. Una puñalada certera que le quitó hasta el último suspiro. Lo maté, y hubiera matado a todos los tipos del mundo, a los que habían estado en tu dormitorio y a los que invitarías. Te quedaste paralizada viendo como caía al piso desangrándose sin remedio. Te tomé por los hombros y te empujé suavemente hasta que apoyaste la espalda contra la pared de la fachada de tu casa. Intenté explicarte que era necesario, que esa noche era la noche que estaba esperando hace tanto tiempo. Que era la noche que ibas a tomarme de la mano para llevarme hasta tu dormitorio. Que íbamos a caminar juntos por el medio de la calle de adoquines burlándonos de los conductores de los pocos autos que pasaban en madrugada. Que subiría aquella escalera sin dejar marcadas mis pisadas en los escalones y prenderíamos la luz de tu dormitorio para que nuestros cuerpos, detrás de la cortina, se dejaran adivinar desde la calle. No me miraste ni una sola vez, no me escuchaste ni por un segundo. Tenías la vista fija en el tipo que había quedado inmóvil sobre la vereda de tu casa. A los gritos me pediste que te suelte y te acercaste al muerto. Suavemente le bajaste los párpados con las yemas de tus dedos, y con una dulzura que me era desconocida, besaste sus labios sin vida.
Te tomé con violencia del brazo evitando el duelo. Te quise besar, pero al sentir mi aliento me escupiste en la cara. Entonces, con el rostro entre las manos comenzaste a llorar. Incapaz de consolarte, como de aceptar aquel triste destino de pasar toda mi vida inadvertido, escondido en un rincón oscuro, oculto en cada esquina, adivinando las posición de tu cuerpo en la cama a través de las siluetas detrás de la ventana de tu cuarto, deseándote en silencio... Tomé el puñal y con la firmeza de una decisión tomada por despecho te lo clavé en el corazón. Te desvaneciste de inmediato. Y mientras agonizabas tendida en la vereda te tomé de la mano esperando convertirme en tu última imagen. Pero tus párpados permanecieron cerrados ¡Estabas muriendo, y ni siquiera en ese momento me miraste!

FIN

2 comentarios:

Gonzalo dijo...

Muy en el fondo todos terminamos siendo víctimas de nuestro egoísmo. Disfruté mucho haberte leído y espero ansioso el próximo relato. Te amo más que nunca!

cintia dijo...

hola ..llegue de casualidad ..y me gusto mucho lo escrito..aqui estare la proxima...un beso grande